miércoles, 21 de agosto de 2013

Te necesito

Todos creemos que hemos influído en la vida de alguien de manera positiva. Nos sentimos tan bien con nosotros mismos al poder hacer algo por ese alguien a quien queremos, y saber que dicha persona no dudaría en buscarnos, ya sea en las buenas o en las malas. Qué orgullo nos da el pensar que hemos contribuído a que otro ser humano sea más feliz—pero nadie puede negar el sabor tan amargo que provoca el momento justo en que nos damos cuenta de que esta persona ya no nos necesita. 

Así de sencillo: ya no me necesitas. Nunca se me subieron mucho los aires a causa de lo que he hecho por ti
pues es pocopero, aun así, regresabas a mí. De algún modo. Siempre.

Es un duelo interno y eterno, entre la felicidad de ver que cada vez eres más fuerte, y el dolor de que las razones de acudir a mí son menos en cantidad, menos en profundidad, menos en importanciatodo lo puedes resolver por tu cuenta. 

Y entonces me pongo a pensar que tal vez nunca signifiqué tal cosa para ti. Tal vez nunca fui vista como un apoyo. Tal vez esas creencias fueron un escudo que inventé, que me protegió por mucho tiempo y que me mantuvo a tu lado. Y la razón es bastante obvia: todo este tiempo fui yo la única que te necesitó. Tú siempre tuviste todo lo necesario para superar cualquier cosa. Fui yo quien se apoyó en ti. Fui yo quien no pudo ganarse tu confianza. Fui yo quien te dio las razones para que no me buscaras. 

Ahora soy yo quien se desmorona al ver cómo despliegas tus alas para volar lejos de mí. Te agradezco por dejarme creer que fui más de lo que realmente fui para ti, y te pido perdón por creerlo.

Todos queremos ser necesitados, pero nadie quiere enterarse de que no lo es. 

sábado, 8 de junio de 2013

Espérame

Estoy aquí, justo a tu lado, pero nunca sabrás eso. Te doy un beso de despedida y percibo una leve reacción. No debo ilusionarme, aquello no fue por mí... aunque en el fondo me gustaría creer que sí. Estás aquí, pero se siente como si te estuvieses yendo, y aún me siento incapaz de procesar toda esta locura. 

Salgo del lugar donde estás y me reúno con esos extraños a los que les tengo cariño -o sea que no está del todo bien llamarlos "extraños". Sólo tú eres capaz de hacer algo como reunir a personas que no se quieren ver ni en pintura; y que todas, por primera vez en sus vidas, estén sintonizadas y compartan la misma emoción. Nos sentamos todos a recitar palabras que no poseen significado para quien no se lo otorgue, palabras que no cambiarán ni un poco el curso de las cosas, palabras que no escucharás. Luego de eso, todos optamos por distraernos. ¿Qué más podemos hacer para aplacar estas ansias provocadas por la espera y el estar permanentemente alertas?

"Hoy no es el día", pienso, y decido irme a casa, porque el aire se ha vuelto tan pesado que siento que ya no llega a mis pulmones. Mala decisión. No he terminado de llegar cuando suena el teléfono: hay noticias. Los extraños me ordenan cuidar a mi hermana mientras regresan donde estás tú. No importa que no quieran llevarnos con ellos, porque ya lo sé todo. No sé ni cómo, pero las cosas son tan obvias. Sospeché que te marcharías cuando me fuera, así que de antemano me despedí de ti. No pudiste engañarme, pero a mi hermana sí: de algún modo, su inocente mente no tiene idea de tantas cosas. Mis deseos de aclarárselas todas es inmenso, pero me abstengo hasta cierto punto. Después de todo, ni siquiera somos hermanas. 

No obstante, no hay nada confirmado. Solo estoy haciendo acusaciones en tu contra a partir de corazonadas mías. En fin, decido entretenerme con mi hermana quien, a pesar de ser casi contemporánea conmigo, la veo como un cachorrito que necesita protección. Ojalá nunca se entere. Sería gracioso.

Algo llama mi atención. Me volteo para observar lo que muestra la pantalla de mi celular. El mensaje dice "Ya". Oh... ya. Mi hermana observa mi rostro, y sé por su expresión alarmada que la mía no fue capaz de ocultar la guerra que se acaba de desencadenar entre las diversas emociones crecientes en mi interior que buscan manifestarse. Pero ella necesita una confirmación. Necesita certeza. Así que arriesga y pregunta el motivo de mi gesto, para oír de mi boca lo que -por primera vez en su vida- ya sabe. Sus piernas fallan, y se desploma en el suelo. Me pongo a su nivel para sostenerla y decirle palabras tontas, que nada harán para detener sus lágrimas. No importa, llorar es lo que tiene que hacer. Apoyarla es lo que tengo que hacer.


Después de un rato, decidimos que la mejor distracción era ponernos a recordar las cosas que te hacen única. Oh, nadie podrá cocinar mi platillo favorito como lo haces tú. Nadie me contará con paranoia las barbaridades que pasan por las noticias como tú. Nadie me hablará de sus conversaciones con animales con tanta pasión como tú. Nadie me presumirá tanto como tú. Nadie pretenderá ser de carácter frío y grosero como tú, mientras guarda uno de los corazones más grandes y bondadosos que he conocido. Tu amabilidad siempre me pareció inmensa. Aún me parece que lo es. La noche sigue avanzando mientras vigilo a mi hermana, quien por fin se queda dormida. También me dejo hacerlo. 

Sale el sol como si lo hubiesen obligado, y una ligera, pero constante llovizna lo acompaña toda la mañana. Me convenzo de que no hay razón para tomarme el día, así que me dispongo a levantarme de la cama y arreglarme. Una vez lista, salgo temprano hacia mi destino rutinario. Me monto al carro, tranco las puertas, enciendo el motor, empiezo a conducir. Uno de mis CDs comienza a sonar, y sus canciones están en un idioma que no sé hablar. No importa; comienzo a cantar la canción -y bastante que me la sé de tanto que la he escuchado. Pasan dos, cinco, diez segundos... no puede ser. No entiendo. No paro de cantar, pero no puedo parar de llorar. Qué escena tan ridícula si la veo desde la perspectiva de un tercero. Parezco una loca gritando desesperadamente porque le cortaron un brazo. Lo curioso es que me había maquillado a propósito, pues no pensé en ningún momento que no sería capaz de meterme en mi papel de "fuerte" y "templada". Maldita sea, siento que se me están saliendo todas mis libras por los ojos. 

No puedo desaparecer, por mucho que quisiera. Así que me calmo y me contengo. No tiene sentido preguntar cómo: lo hice, y punto. Tampoco quería estrellarme. Me reúno con otro grupo de extraños, aún más extraños, en la universidad. Mantengo la compostura como solo yo lo sé hacer (me he entrenado toda la vida en esta habilidad, debo presumir). Creo que jamás había prestado tan poca atención a las clases como hoy. Pero al menos ya terminaron, y finalmente puedo largarme de ese lugar. Paso el día distrayéndome, en compañía de alguien querido (por fin). Quizás ese era el momento para desahogarme y drenarlo todo, pero fue en vano; mi organismo no quiso... estaba tan exhausto. Termina el día. Todo me parece gris e insípido. Todo, hasta las sonrisas que doy.

Comienza un nuevo día. Motivo suficiente para estar agradecida, pero no puedo evitar sentir que da igual. Tengo tanto miedo... hoy te volveré a ver. Llego al lugar y me encuentro con las personas extrañas que también vinieron por ti. Mi hermana también está ahí; debo estar pendiente de ella. De ella y de mi hermana mayor, quien quiere mostrar una fortaleza mayor a la que posee. La entiendo, yo hago exactamente lo mismo. 

Llega el momento y te encaro. No sé cómo reaccionar, no sé qué decir, no sé que hacer. Pero de algún extraño modo me siento feliz. Me siento aliviada por ver que tu rostro dormido no ha cambiado en lo absoluto. Se nota la tranquilidad en la que te encuentras ahora, después de que la habías perdido por tanto tiempo. Acerco mi rostro al tuyo y lo observo con detenimiento. Tus pestañas siempre fueron cortas como las de mi hermana mayor, y hasta el sol de hoy no han crecido ni un poco. Sonrío. Te sonrío, y esta vez tengo la certeza de que sí lo sabes. Me atrevo a tocar tu mejilla, luego tu frente. Ambas estaban heladas. Pero más que heladas, se sentían refrescantes. No me asustaré.  Acaricio tu pelo, que se siente frío y húmedo. Tan lacio como siempre... nunca se enrizó ni un poco, todo lo contrario a mi propia melena enmarañada. Una, dos, tres lágrimas escapan. No más, quédense quietas. Quiero proyectarte la ternura y la calma interna que siento, más que la tristeza y el dolor. 

Me alejo de ti, y ahora sí puedo decir que esto es una despedida. No sabes lo difícil que es escribir estas palabras, pero siento que debo hacerlo... aunque mi mente se nuble, mis ojos se humedezcan y mis dedos tiemblen. Mi hermana mayor se desmorona. No me lo esperaba, pero no dudo en envolverla con mis brazos y tranquilizarla. No es momento de desmoronarme yo también. Qué sofocante, aún siento que tengo que reprimirme por el bien de otros. Rápidamente ahuyento ese pensamiento egoísta. Después de todas las despedidas, recitamos aquellas famosas palabras, sin sentido para muchos. Pero en ese momento yo se lo encontré, y sentí que había comprendido algo muy importante de todas las religiones... pero ahora no me interesa explicarlo.

El día sigue su curso, y varios sucesos me hicieron recordar momentos que vivimos tu y yo. No lo había hecho hasta ahora, y con justa razón: es lo más desgarrador que hay. Recuerdos que me hacen reír, recuerdos que dibujan muecas raras en mi rostro, recuerdos que invocan una despiadada nostalgia que disfruta golpear mi alma incansablemente. Llego a mi casa y, maldita sea, hay gente extraña. Realmente quiero que se vayan, que me dejen estar sola; pues solo así podré crear un espacio temporal en el que convivamos tú -tu recuerdo- y yo. Tú en tu descanso eterno, y yo en un sufrimiento profundo. Todavía no quiero que se vaya este sufrimiento, pues es la prueba más grande de que marcaste mi vida e influíste en ella de todas las maneras que se te ocurrieron. Es la prueba de que exististe en este mundo y dejaste tu huella en él... en todas las personas que no te dejarán de amar durante el tiempo que les toque vivir.

Debo confesarte que todas las memorias que surgen en mi mente son de esas que uno quisiera tener en video para repetirlas mil veces -las más dolorosas- de lo increíbles o ridículas que son. Y aunque no tengo remordimientos, siempre se esbozan leves lamentos y algunos "si hubiera...". Discúlpame por eso, sé que acabas de ponerme aquella mirada de "¿eres moga?", pero creo que por haber nacido humana no puedo evitarlo del todo. No obstante, nada supera el alivio que me provoca que por fin seas libre de todo mal terrestre.

Por el momento, creo que te he revelado suficiente. El resto me lo guardaré para mí, al menos que no pueda. Aún estoy en busca de aquel periodo de espacio y tiempo adecuado para colapsar en llanto, pero -en parte por mi propia culpa y la incomodidad de verme débil ante otros- siento que ese momento me atacará con todas sus fuerzas en la más inesperada de las circunstancias, y no podré resistirlo. Solo quiero que, de toda esta basura sentimental que te estoy dedicando, abstraigas lo importante que siempre serás para mí; lo presente que te llevaré en todo momento; lo mucho que hablaré de ti y tus locuras, hasta de lo que no te gusta que hable; lo mucho que te admiro y te extraño; que nos harás tanta falta a todos y dejaste un pequeño hueco que no podremos llenar con nada por lo especial e irremplazable que eres; que recrearé tus carcajadas y veré nuestras fotos cada vez que pueda; y que me convertiré en alguien de quien te puedas enorgullecer.

Algún día seré llamada para reunirme contigo, así que espérame.

lunes, 3 de junio de 2013

La globalización, más que revolucionaria o innovadora o lo que sea, me parece muy ingeniosa... ¿manipuladora, quizás? Es un fenómeno tan intenso, que alcanza todo y abarca todo. Y "todo" incluye nuestras mentes.


Es difícil creer que alguien que vivió y murió hace muchos años tenía un modo de pensar igual al tuyo, pues tú te rodeas de tantas cosas que esa persona ni siquiera soñó en lo que duró su vida. Tú perteneces a esta enorme comunidad mundial, en la cual nadie puede esconderse y, a la vez, tienes el mundo en tus manos. Tienes una cantidad tan absurda de opciones y oportunidades, que merodearás entre las mismas, probando nuevas identidades hasta encontrar aquella que consideres tuya. Es como si tuvieras un armario con mucha más ropa de la que realmente necesitas; pero, por si acaso, es mejor probárselo todo—puede que estés subestimando alguna prenda que realmente te queda bien. Y el tiempo no dejará de pasar, te pruebes un conjunto o el armario entero. No dejará de pasar, a la vez que irás envejeciendo y ni te darás cuenta por no dejar de ser un niño consentido.


Todo es tan accesible. Como dije, tienes el mundo a tus manos. Qué peligro, definitivamente. Esto sólo te hace insaciable, un consumidor por excelencia. Hay tantas cosas que puedes conseguir, cada vez con menos esfuerzo, que no le ves el sentido a salirte del plano superficial de todo.


Materialista. Formas vínculos más íntimos con objetos que con personas, y tus deseos son meramente materiales. Atiendes con objetos las demandas emocionales, y realmente piensas que con eso quedan satisfechas. Así que no tienes idea de por qué te sientes vacío. Pero muchos sí tienen idea—no es coincidencia que los productos que se te ofrecen y se te venden tienen esta imagen de que son todo lo que necesitas. ¡Serán gratificantes, te calmarán y superarán toda expectativa! Pero la realidad es que es solo una fachada para ocultar el carácter adictivo que poseen. Y, aunque parezco saber mucho, no soy inmune a nada. Todos somos títeres del consumoalgunos están conscientes, y otros, no. Gran diferencia.


Todas tus prácticas cotidianasen las que tus relaciones interpersonales solo existen a través de un aparato, tratas de aliviar el sentimiento de estar vacío con una pastilla, ves el cuerpo humano como otro objeto más, e intentas comprar la felicidad una y otra vezhacen que no le dediques nada de tu tiempo diario a la reflexión, al análisis, a tu autoconocimiento. Pregúntate quién eres, y trata de responder esa pregunta con honestidad. Tienes todo y sientes que no tienes nada. 


En este mundo lo que hay es falta de falta, pues el sentimiento tan confuso de no reconocerte no se irá mientras tu tiempo se ocupe en obtener más cosas. Estás tan acostumbrado a la innovación, que no terminas de disfrutar algo cuando el mercado saca algo mejor, y terminas siendo incapaz de quedar satisfecho (justo cuando piensas que esá sucediendo lo contrario). Y tanto tú, como el resto del mundo, quieren todas aquellas cosas innovadoras que van surgiendo. Todos terminamos haciendo lo mismo y siendo lo mismo, y nos volvemos una sociedad homogénea—idiotizadaen la que cualquiera que difiera de su locura es criticado. Naturalmente, esto provoca que ese grupo de gente potencialmente no-idiota quiera ser aprobado por los idiotas, lo que los termina volviendo igual a todos los demás: unos idiotas.


Tremenda generalización acabo de hacer. Aún siento que no todo el mundo es así, pero tenía que ilustrar el asunto. Recientemente, he llegado a pensar en la falta de ideología que hay en la actualidad, y no puedo asegurar si es la causa o el efecto de todo lo que he estado escribiendo en los párrafos anteriores. Independientemente, me entristece saber que, sobre todo los jóvenes, no luchanluchamos, no soy inocentepor algo que vaya más allá de sus propios beneficios o desean algo que sea por el bien de todos. Parecerá infantil eso último, pero confirma que somos la única especie que no aprende hasta después de estrellarse sopotocientas veces contra la misma pared. Probablemente sea necesario que pasemos por un periodo difícil, en el que la vida sea muy diferente a lo que es hoy, a ver si así vemos que la globalización tiene dos caras; y que así como con la luna, nos sentimos atraídos por la cara oscura. Qué irónico es que seamos así. 


A pesar de esta críticaen la que ni siquiera propongo media solución, pero ya la hice, reitero que sigo creyendo en la gente centrada, sencilla y profunda; auténtica, diferente e interesante; con valores bien amarrados a sus corazones y muchas cualidades que probablemente solo sean de preferencia personal. Sigo creyendo en los no-idiotas.


¿Realmente?

Amo el lugar donde nací, siempre lo he hecho. Me parece único en el cosmos y, sin embargo, hoy sólo lo puedo extrañar. Siento que lo traicioné en el momento en que pensé que ya no soportaba vivir ahí. No sé si me recibirá con los brazos abiertos el día en que tenga el valor de regresar.


...De hecho, sí lo hará. Así de cálido es mi país.



Recuerdo cuando faltaban unos días para mi decimonoveno cumpleaños. Mis ánimos no estaban muy altos por la cantidad de material que tenía que estudiar para los exámenes finales... y porque mis ánimos ya tenían tiempo de no estar muy altos.



Me propusiste celebrar el cumpleaños en casa con una cena muy pequeña y personal, de unos doce invitados -personas que siempre han sido parte de mi mundo- y con el dulce de mi preferencia. Me sentí muy agradecida con la idea y acepté (no muy convencida por estrés que venía acumulando), dejándote saber que quería que la cena fuera lo más corta posible para no perder tanto tiempo de estudio. Sí, mi cumpleaños caía en la semana de exámenes finales. 



¿Qué se le podía hacer? Nada.



Aquella noche, sin saber siquiera cómo -realmente ya ni importa cómo-, te transformaste a tu monstruosa forma original y comenzaste a atacarme con toda tu furia. Ya perdí la cuenta de las veces que te habías transformado en monstruo en aquella época.



Siempre era mi culpa. Indudablemente era mi culpa. Si yo no estuviera, no tendrías que pasar por el sufrimiento y el dolor de la transformación: pero esa es la persona que eres, por más que quieras ocultarlo. También he tenido la sospecha de que yo hice que te volvieras un monstruo... ya ni sé. Sólo sé que te sales de control, y también sé que odio el hecho de que, con todo y tus años, nunca has podido domar a esa bestia destructiva.



-Te acabas de cagar en tu cumpleaños -me dijiste en medio del espectáculo.



"No, tú fuiste quien lo hizo. La única cagada que he hecho yo fue aparecer en tu vida" es lo que me hubiese gustado responderte. Pero eso jamás iba a pasar... porque siempre te he tenido miedo.



¿Qué se le podía hacer? Nada.



Es mentira que algún día dejaré de tenerte miedo: no se le puede hacer nada. Pero en ese momento sí hice algo...



Decidí que ya no soportaba vivir ahí. Ya no soportaba vivir con un monstruo que se alimenta de mi tranquilidad y mi felicidad. Se acabaron los motivos para celebrar ese cumpleaños -y cualquiera que le siguiera-, al igual que mi paciencia.



-No te preocupes, mejor no hagamos la cena de mi cumpleaños.



Probablemente el que haya dicho eso te enfureció aún más, pero definitivente no iba a rogar por tu perdón si realmente ya no me interesaba recibirlo. Te justificaste e hiciste la víctima, como siempre, por tu supuesto miedo a perderme. Pero la verdad es que hace tiempo me habías perdido... y fue porque tú me alejaste. Has dedicado tu vida a hacer que te tenga miedo, y te felicito: lo lograste a la perfección.



Después de eso, comencé a planearlo todo de manera lenta y calculada. Me comuniqué con la familia de una persona muy querida. Ellos viven en el norte; les propuse un contrato, y ellos aceptaron.



No conté las semanas que pasaron después de eso, pero finalmente había llegado el día. Tú no sabías nada, y tampoco tenía yo el valor de enfrentarte.



Así que dejé una nota en tu cama. Te dije que me iba y que no tenía planeado volver pronto; que tienes mis correos electrónicos y que me escribieras si querías saber cómo estaba; que me disculpes por haber esperado tanto para irme.



Al llegar a mi lugar de destino, sentí mi cuerpo liviano. No obstante, me incomodaba incomodar en casa ajena. La deuda que tenía con estas personas era inmensa. Y me refiero tanto a la deuda económica -me pagaron el pasaje, ya que yo no iba a poder trabajar el dinero que costaba sin que tú te dieras cuenta, y me alquilaron uno de sus cuartos-, como a lo que yo llamaría "deuda emocional". Realmente no sabía cómo compartirles esta paz interna que sentía, ni cómo agradecerles por brindarme refugio: el lugar de donde vengo es demasiado pequeño como para que tú y yo no nos volviésemos a cruzar. Además, ya no me cruzaría tampoco con familiares o conocidos entometidos, lo cual me encantaba aun más.



Pero la vida no es tan fácil de saborear y tragar como una Nutella; no obstante, me sentía dispuesta a todo. 



Después de tomar cursos y trabajar como esclava, cubrir poco a poco mis deudas, y algunas cositas más, por fin encontré lo único que quise durante toda mi vida: estabilidad. Estabilidad de todo tipo.



¿Cómo estarás? Quiero saber, pero no quiero preguntar. He progresado tanto en mi vida, pero nunca he dejado de ser una cobarde.



...Tan cobarde soy, que me desperté y recordé que nunca me fui de aquel lugar. Aquí estoy y tú también. ¿Realmente no se le puede hacer nada?

domingo, 3 de febrero de 2013

Siempre hay una persona que, de no haberla conocido, serías alguien totalmente diferente. Tu vida sería otra. Ese alguien es un hito en tu línea cronológica—un evento histórico.

Siempre hay una persona de cuya influencia no puedes escapar. No puedes dejar de preocuparte por ella. No puedes ignorarla.


Siempre hay una persona que le da otro significado a tus cosas, a tus palabras, o a lo que sea que haya a tu alrededor.


Siempre hay una persona que destaca entre tus pensamientos con más frecuencia de la que eres capaz de admitir. Tantas cosas te recuerdan su rostro, su voz, sus manías.


Siempre hay una persona a la que no puedes agrupar con nadie. No puedes verla del mismo modo como ves al resto del mundo, no importa cuán común se vea o parezca ser.


Siempre hay una persona latente en tu mente cada vez que tomas una decisión. Sabes que siempre tendrá una opinión a todo lo que hagas, te la exprese o no
pero esa es la opinión más importante.

Siempre hay una persona en la que no puedes pensar sin que te haga sentir algo. Puede sacarte una sonrisa o una lágrima; puede pintar una mueca en tu cara; puede arrancarte desde una palabra, hasta un grito. Es algo inevitable.


Siempre hay una persona que cambia tu mundo, que te muestra un camino diferente. Siempre hay alguien que llega para quedarse
—y cuando llega, lo desordena todo.

Siempre hay una persona a quien decidimos permitirle todo esto. Le abrimos la puerta. Para bien o para mal, siempre escogemos a una persona. La escogemos desde que nacemos o la escogemos desde hoy. Le atribuimos lo bueno, lo malo, o ambos; le agradecemos, le echamos la culpa, o ambos; la amamos, la 
odiamos, o ambos. 

martes, 22 de enero de 2013

Mirar hacia atrás...

El pasado no me va a atacar si no me acerco. No me va a morder. Pero vive con la boca abierta, esperando a que me acerque lo suficiente como para devorarme. Soy yo quien decide si caminar hacia su dirección u observar sus fauces desde aquí. Si me volteo, las veo. Eso debería bastar. Para muchos, no basta—prefieren vivir en el pasado. 

Yo creo que no hay persona mejor parada en el presente que aquella que puede recordar su pasado, sin necesidad de hacer otra cosa que recordarlo.

Mirar hacia atrás, sin deseos de volver...

La nostalgia siempre queda. A veces recuerdo cosas y quiero volver a vivirlas. Me desespero. Respiro profundo. Agradezco porque tuve la oportunidad de vivirlas. Me obligo a buscar esas emociones en otras experiencias—a vivir cosas tan buenas, que cuando las recuerde en un futuro, sienta el mismo vacío que estoy sintiendo ahora y que me lleva a mover cielo y tierra para llenarlo. No encontraré nada si no tengo los ojos bien abiertos a lo que hay a mi alrededor. A lo que me espera. No encontraré nada si gasto mis energías en tratar de volver a momentos que ya fueron y no serán más.

Mirar atrás, sin deseos de arrancar páginas del libro...

Amo leer. Odio decepcionarme de una lectura, o de alguno de sus capítulos. Pero un libro no está completo sin cada palabra que lo conforma—aunque sea un pésimo libro. No puedo arrancar las páginas de mi libro. Si me confundo en alguna de las páginas que estoy leyendo, ¿de qué otra forma puedo comprender si no es consultando las páginas anteriores? ¿Cómo comprender lo que soy?

Mirar hacia atrás, y sonreír.