Siempre hay una persona que, de no haberla conocido, serías alguien totalmente diferente. Tu vida sería otra. Ese alguien es un hito en tu línea cronológica—un evento histórico.
Siempre hay una persona de cuya influencia no puedes escapar. No puedes dejar de preocuparte por ella. No puedes ignorarla.
Siempre hay una persona que le da otro significado a tus cosas, a tus palabras, o a lo que sea que haya a tu alrededor.
Siempre hay una persona que destaca entre tus pensamientos con más frecuencia de la que eres capaz de admitir. Tantas cosas te recuerdan su rostro, su voz, sus manías.
Siempre hay una persona a la que no puedes agrupar con nadie. No puedes verla del mismo modo como ves al resto del mundo, no importa cuán común se vea o parezca ser.
Siempre hay una persona latente en tu mente cada vez que tomas una decisión. Sabes que siempre tendrá una opinión a todo lo que hagas, te la exprese o no—pero esa es la opinión más importante.
Siempre hay una persona en la que no puedes pensar sin que te haga sentir algo. Puede sacarte una sonrisa o una lágrima; puede pintar una mueca en tu cara; puede arrancarte desde una palabra, hasta un grito. Es algo inevitable.
Siempre hay una persona que cambia tu mundo, que te muestra un camino diferente. Siempre hay alguien que llega para quedarse—y cuando llega, lo desordena todo.
Siempre hay una persona a quien decidimos permitirle todo esto. Le abrimos la puerta. Para bien o para mal, siempre escogemos a una persona. La escogemos desde que nacemos o la escogemos desde hoy. Le atribuimos lo bueno, lo malo, o ambos; le agradecemos, le echamos la culpa, o ambos; la amamos, la odiamos, o ambos.
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